Los huracanes ante el desastre en el uso insostenible del suelo y sus consecuencias ambientales

Por: Edwin A. Hernández Delgado, PhD Científico Senior – Sociedad Ambiente Marino /
A través de: eyboricua.com


Los huracanes son fenómenos naturales recurrentes a través del Caribe bajo los cuales ha evolucionado nuestra biodiversidad. Estos pueden causar daños mecánicos importantes en nuestros ecosistemas, los cuales pueden variar dependiendo de su frecuencia y severidad.

Pero todos los ecosistemas tienen una capacidad natural de regeneración ante el impacto de las perturbaciones naturales. Por ejemplo, los bosques pueden regenerarse después de un huracán o un fuego, recuperando su productividad. Igualmente, los arrecifes de coral pueden regenerarse luego de una marejada invernal o un huracán, aunque les tome años o hasta décadas.

Pero cuando esos fenómenos naturales ocurren en el contexto del deterioro ambiental crónico causado por el humano, en el del uso insostenible del suelo o en el del cambio climático, entonces, las consecuencias a largo plazo pueden ser de naturaleza irreversible y con un costo social y económico sin precedentes.

En los bosques tropicales los huracanes pueden resultar en una pérdida masiva de hojas, en el desprendimiento de ramas, en la fragmentación o desprendimiento de árboles o inclusive, en deslizamientos de suelo. Durante el proceso de recuperación esto puede resultar en una exposición significativa del suelo a la erosión por escorrentías y el viento.

Esto puede generar problemas en la acumulación de sedimentos en los ríos o en los embalses, agravando la condición ya precaria de nuestros abastos de agua. Pero si ese bosque está expuesto a los efectos de la deforestación masiva, fragmentación de hábitats, caminos sin pavimentar o a prácticas agrícolas inapropiadas, entonces, la magnitud de los impactos aumenta significativamente.

Una de las prácticas recurrentes más nefastas en Puerto Rico es la confusión en muchas agencias gubernamentales entre limpiar y remover escombros y desperdicios sólidos en las quebradas y ríos y el talar indiscriminadamente la vegetación circundante a la cuenca.

Eliminar la vegetación en su totalidad suele resultar en acelerar la velocidad de la escorrentía, aumentar los niveles de erosión en los márgenes de la cuenca, los niveles de inundación corriente abajo, en remover y arrastrar una cantidad mayor de sedimentos y en aumentar la turbidez. Eso también elimina hábitats naturales importantes para el sostenimiento de la biodiversidad natural de los ríos.

En el caso de los entornos urbanos, estas limpiezas también resultan en magnificar las descargas de contaminantes hacia los cuerpos de agua recipientes. Cuando estas aguas turbias y contaminadas llegan a la costa, sus impactos recurrentes son devastadores para los ecosistemas marinos.

Los ecosistemas como las hierbas marinas y los arrecifes de coral llevan usualmente la peor parte en cuanto a los efectos del manejo inapropiado del suelo y de las cuencas hidrográficas. Los huracanes y marejadas invernales pueden fragmentar o desprender corales. Igualmente, pueden desprender y fragmentar las comunidades de hierbas marinas.

Pero la degradación crónica de la calidad del agua agrava dichos efectos.  La tala, relleno e invasión de manglares y la proliferación de construcciones en la zona marítimo terrestre, muchos como parte de proyectos aprobados mediante procesos altamente cuestionables y bajo esquemas aparentemente corruptos, agravan los riesgos para los ecosistemas y para la vida humana.

Aprobar construcciones en la zona marítimo terrestre, no solo es un acto temerario, si no que puede constituir una negligencia criminal que atenta contra la integridad ecológica, contra nuestras primeras líneas de defensa contra el oleaje y marejadas ciclónicas, y contra la resiliencia y valor socioeconómico de las costas.

Los corales y las hierbas marinas pueden morir bajo condiciones de turbidez y sedimentación crónica. Tampoco toleran los excesos en las concentraciones de fosfatos, nitratos y amoniaco usualmente asociados a la descarga de aguas usadas crudas.

Esto afecta su productividad ecológica, su rol como hábitat de crianza de peces de valor comercial, su rol de hábitat crítico de especies de corales y tortugas en peligro de extinción, su rol de protección de la infraestructura y la vida ante eventos ciclónicos y su atractivo turístico.

El costo económico y social de la mitigación y remediación a través de la restauración ecológica a largo plazo de estos ecosistemas aumenta significativamente con la recurrencia y severidad de los impactos de origen humano y de la crisis climática. Es decir, mientras más crónico se tornan estos efectos, menor será nuestra capacidad de recuperar el valor y los beneficios de estos ecosistemas. Nos corresponde dejar de arrastrar los pies y seguir con los cantos de sirena.

Puerto Rico tiene que implementar un verdadero plan de adaptación y mitigación del impacto del cambio climático y un plan de uso sostenible del suelo que incluya una revisión y modificación sustancial de las políticas de la Oficina de Gerencia de Permisos (OGPE) en sus procesos de aprobación de permisos de construcción, sobre todo en la zona marítimo terrestre y en lo concerniente a la consideración tan amplia de proyectos bajo alegadas categorías excluyentes.

Requerimos, además, un plan integrado de manejo de las cuencas hidrográficas y las costas y un plan nacional para la restauración de los ecosistemas costeros. Muchos de estos instrumentos ya existen o se encuentran en alguna etapa de borrador inconcluso.

Es hora ya de dejar de culpar a los huracanes por el desastre y de reconocer que el desastre lo perpetuamos ante la negativa de reconocer que la incapacidad de gobernanza y la corrupción gubernamental y ambiental son los verdaderos desastres.

Tenemos las herramientas y el conocimiento pericial para implementar las soluciones necesarias, pero el gobierno carece del interés. Quizás es hora ya de que la sociedad civil tome un rol más protagónico en el asunto.